Andrés, un hombre de 76 años, culto, socarrón y tozudo, está perdiendo la memoria, pero se resiste a aceptar ningún tipo de ayuda y rechaza todos los cuidadores que su hija Ana intenta contratar. A medida que trata de dar sentido a sus circunstancias cambiantes, Andrés comienza a dudar de sus seres queridos, de su mente, e incluso de su propia percepción de la realidad.
Nos coge la mano y nos la entrelaza con la del protagonista, para que le acompañemos en su viaje hacia el olvido. El autor nos explica la historia desde dentro, para que transitemos por el laberinto de incertidumbre que experimenta Andrés, para que veamos lo que él ve o imagina, para que vivamos lo que está pasando en su universo, que ahora también es el nuestro. Estamos en la mente del padre. Y en su corazón. Y todo ello nos permite vivir una experiencia profundamente conmovedora, que nos mantiene alerta en todo momento, porque aquello que le pasa a Andrés también nos pasa a nosotros.