Ciclo de cine en VOSE
En el espacio de tiempo que va de “La mano del diablo” (Maurice Tourneur, 1943), primer filme de este ciclo, al último, “El fotógrafo del pánico” (Michael Powell, 1960), se produjo una profunda transformación en el mundo y en el lenguaje cinematográfico.
Cuando el cineasta Maurice Tourneur, padre de Jacques y uno de los pocos directores franceses que tiene una estrella con su nombre en el paseo de la fama de L.A., presentó un oscuro filme cuyo argumento mezclaba talismanes demoníacos con la frustración de un pintor fracasado que anhela el éxito, aunque tenga que vender su alma; EE.UU. conseguía derrotar a Japón en Guadalcanal, en las Islas Salomón, en la profundidad del Pacífico. Una victoria que señalaba el comienzo del fin para la entente japo-alemana. Significativamente, ese mismo año, Jacques Tourneur, hijo de Maurice, estrenaba “Yo anduve con un zombie”, obra cumbre y filme seminal sobre el mundo de los “revenants”, los no muertos y el vudú.
Diecisiete años después, Michael Powell presentó “El fotógrafo del pánico” (1960), un relato estremecedor sobre un psicópata asesino de mujeres donde se funde y confunde la violencia con la mirada, el objetivo de la cámara con el arma del criminal. En ese mismo momento, EE.UU., en plena guerra fría con la URSS, miraba con pavor los acontecimientos de Cuba que, dos años después desembocarían en la llamada crisis de los misiles, el tiempo en el que el mundo estuvo a punto de firmar su destrucción.
Es decir, entre 1943 y 1960, en menos de dos décadas y cogiendo como letra de acompañamiento las dos películas citadas, el “mal” pasó de ser simbolizado por la antigua idea de Fausto, la insania era encarnada por una figura demoníaca e interpuesta, ajena al ser humano; a la angustia existencial del psicópata asesino; aquí y ahora el horror surge del fondo de la insatisfacción humana, la malignidad se hacía consustancial con el ser humano.
En esos poco más de tres lustros, el mundo supo del infierno de los campos de exterminio, levantó acta notarial del poder devastador de las bombas atómicas y pasó de una guerra mundial a un mundo donde siempre, en algún lugar, seguía habiendo un conflicto sangriento.
Y en ese tiempo, en esos días, el cine dejó de ser clásico para hacerse moderno. Perdió su inocencia. Paulatinamente abandonó el blanco y negro, y se desprendió de la amenaza de las sombras para abrazar el color estridente de un tiempo nuevo que quería olvidar lo que había pasado cuanto antes.
Este ciclo entre el clasicismo y la modernidad convoca doce títulos, doce piezas valiosas que tocan todos los géneros, todos los miedos y, en consecuencia, todas las esperanzas.
De “Rififí” a “Rufufú”, de la tensión del thriller a la sonrisa de la comedia; de “Los verdugos también mueren” a “Los apuros de un pequeño tren”, del heroísmo extremo a la solidaridad de la aldea… y así hasta concertar doce citas para percibir que, en apenas quince años, el mundo cambió muy deprisa. Quería, necesitaba saltar de la sartén y… ¿cayó en el fuego?
Presentación de las películas y posterior coloquio a cargo de ARTURO BARCENILLA
Peeping Tom. Michael Powell. Reino Unido. 1960. 109’
En Londres, Mark Lewis conoce a Dora, una prostituta, a la que filma de forma encubierta con una cámara escondida debajo de su abrigo. Mostrado desde el punto de vista del visor de la cámara, sigue a la mujer hasta su apartamento, la asesina y luego ve la película en su estudio. A la mañana siguiente, Lewis filma cómo la policía saca el cadáver de Dora de su casa, haciéndose pasar por periodista.