En un tiempo tan indeterminado que podría ser mañana mismo. En un escenario tan indeterminado que podría ser este mismo, el actor Dionisio y el pianista Clarín, extemporáneos cómicos de la legua, se disponen a estrenar Mil sombreros, su reivindicación del arte vivo en un mundo artificial, frío y desconectado —sí, he dicho desconectado—. A media hora del estreno, dan por fin con un final que les convence, un final de lo más vandálico, y a toda prisa revisan y adaptan toda su obra a este nuevo final.
Pero Dionisio además de actor es padre, y le toca conciliar llevándose al teatro a su hija Adela, que está en edad de preguntar y de ofender y a la que eso del teatro le parece algo de otros tiempos. Dionisio ahora tiene una misión divina. Es a su hija a quien representa la obra.
Mil sombreros es una comedia entre absurda y enamorada. Nuestro particular homenaje al arte y oficio de contar historias. Una mirada cálida a nuestra vaca flaca, a la estupidez natural frente a la inteligencia artificial.
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